"Hay panolis que se piensan que esto de escribir para uno es como el hablar a solas, cosa de chalados. Eso son ganas de enredar las cosas, porque uno no siempre dice lo que quiere y hay pensamientos que andan por dentro de uno y uno, por vueltas que le dé, no acierta a expresarlos, o a lo mejor, no le da la real gana de hacerlo. Uno es de una manera y como uno es, no lo sabe ni su madre y, sin necesidad de ir a lo zorro, uno nunca se confía del todo a los demás y si quiere recordarse de algo, no hay como comerlo a palo seco, sin el recelo de que otro venga a cachondearse de lo que dice. Ésta es la fetén y el que diga lo contrario miente".
Miguel Delibes: Diario de un emigrante

jueves, 11 de agosto de 2011

Una forma de vida


Hoy en día cualquier actividad, disciplina más o menos artística o, incluso, lo que en otra época hubiera sido tan solo una afición para pasar el rato, pasa a tomar la categoría de “forma de vida”. En los citados tiempos pasados había unas élites que decían a la sociedad lo que era bonito o feo (en el arte por ejemplo), lo que era digno de respeto y lo que no, lo que era, incluso, una afición propia de la persona que te correspondía ser. Evidentemente a todos nos gusta haber alcanzado la independencia y la autonomía de dichas élites (si es que aún existen) para ser capaces de encontrar nuestro camino sin represiones absurdas y a menudo arbitrarias. El problema, más aún en la cultura latina, es el efecto péndulo.

El caso es que nos encontramos en un punto del camino en el que ya nadie está dispuesto a ser menos que el otro ni a reconocer el magisterio de nadie por encima del suyo aunque así lo sienta moralmente. Todos queremos “tener razón” porque nos encontramos igual de legitimados que los demás para expresar una opinión sobre un embarazo, la crisis o el apareamiento del cangrejo de río. Nos hemos dado cuenta, por una parte, de que las diferencias que había antaño entre las distintas clases sociales, respecto a la educación fundamentalmente, se han acortado o igualado. Por otra parte, la acreditación mediante unos estudios o alguna experiencia solemos considerarlos relativos, parciales y nunca con la suficiente autoridad como para plegarnos.

Con la llegada del relativismo las cosas cambiaron o están cambiando, no sé desde dónde parte la transmutación. Hemos cogido el relativismo y lo hemos prostituido como el peor de los proxenetas hasta que nos ha dado el último aliento. Y aún así seguimos jugando esa baza, tiramos de él como de un comodín inagotable, ése que siempre nos salva de nuestra falta de conocimientos y/o de experiencia para hablar de un tema, pero que, en nuestra soberbia, nos negamos a abandonar; jamás reconocer que somos incapaces de dar algún argumento fundamentado, pensado, pseudocientífico. Me niego a denigrar el relativismo pues, al fin y al cabo, puede ser un arma poderosa contra todos los dogmas que nos tratan de imponer: desde los más institucionalizados como los que nos bombardean desde la Iglesia o el Estado, como cualquier idea más o menos bienintencionada que cala en el populacho y con la que sufres la tortura machacona del eslogan sin contenido.

En cualquier caso nos encontramos tan reforzados en nuestra posición, tan legitimados, ya sea por la parcial realidad de saber tanto o más que cualquier otro que aparentemente sepa de cualquier tema, o bien porque siempre vamos a encontrar refugio en el relativismo más chusco, que vamos por la vida cuestionando el mundo como si acabáramos de descubrir la teoría de la relatividad. Y teniendo en cuenta lo anteriormente escrito, más de uno creerá que así es.

Así pues, somos incapaces por propia voluntad de establecer aquello que es bueno o malo, artístico o un tomadura de pelo, ni siquiera podemos establecer lo que nos parece digno de respeto. Incapaces intelectualmente hablando porque estoy seguro de que los sentimientos que albergamos nos revelan la verdad que (nos) ocultamos. Y ahí nos encontramos, llamándole a cualquier cosa que nos ocupe “una forma de vida” para darle el empaque de importancia y de clase que nos merecemos y que nadie osará discutirnos. Así podemos encontrar “una forma de vida” en el rock (tocarlo o sólo escucharlo), los toros (torear o sólo verlos), patinar, salir a correr, escribir, leer, el hip-hop (hacerlo o escucharlo), el cine (hacerlo o ir a verlo el miércoles en el día del espectador), jugar al billar, llevar sombrero, los pantalones caídos, tomar cerveza belga o ir disfrazado de mamarracho el día del orgullo gay.

A menudo, la única forma de vida que realmente tenemos y que ocultamos detrás de las otras fantasmadas es la aburrida forma de vida convertida en ocho horas infames que nos permitan nuestras “verdaderas formas de vida”.