"Hay panolis que se piensan que esto de escribir para uno es como el hablar a solas, cosa de chalados. Eso son ganas de enredar las cosas, porque uno no siempre dice lo que quiere y hay pensamientos que andan por dentro de uno y uno, por vueltas que le dé, no acierta a expresarlos, o a lo mejor, no le da la real gana de hacerlo. Uno es de una manera y como uno es, no lo sabe ni su madre y, sin necesidad de ir a lo zorro, uno nunca se confía del todo a los demás y si quiere recordarse de algo, no hay como comerlo a palo seco, sin el recelo de que otro venga a cachondearse de lo que dice. Ésta es la fetén y el que diga lo contrario miente".
Miguel Delibes: Diario de un emigrante

domingo, 23 de enero de 2011

Educar

Educar es lo mismo
que poner motor a una barca…
hay que medir, pesar, equilibrar…
… y poner todo en marcha.
Para eso,
uno tiene que llevar en el alma
un poco de marino…
un poco de pirata…
un poco de poeta…
y un kilo y medio de paciencia
concentrada.
 
Pero es consolador soñar
mientras uno trabaja,
que ese barco, ese niño
irá muy lejos por el agua.
Soñar que ese navío
llevará nuestra carga de palabras
hacia puertos distantes,
hacia islas lejanas.
 
Soñar que cuando un día
esté durmiendo nuestra propia barca,
en barcos nuevos seguirá
nuestra bandera
enarbolada.

Gabriel Celaya

sábado, 8 de enero de 2011

Aunque sea un instante

Aunque sea un instante, deseamos
descansar. Soñamos con dejarnos.
No sé, pero en cualquier lugar
con tal de que la vida deponga sus espinas.



Un instante, tal vez. Y nos volvemos
atrás, hacia el pasado engañoso cerrándose
sobre el mismo temor actual, que día a día
entonces también conocimos.

                                                      Se olvida
pronto, se olvida el sudor tantas noches,
la nerviosa ansiedad que amarga el mejor logro
llevándonos a él de antemano rendidos
sin más que ese vacío de llegar,
la indiferencia extraña de lo que ya está hecho.



Así que a cada vez que este temor,
el eterno temor que tiene nuestro rostro
nos asalta, gritamos invocando el pasado
–invocando un pasado que jamás existió–



para creer al menos que de verdad vivimos
y que la vida es más que esta pausa inmensa,
vertiginosa,
cuando la propia vocación, aquello
sobre lo cual fundamos un día nuestro ser,
el nombre que le dimos a nuestra dignidad
vemos que no era más
que un desolador deseo de esconderse.


Jaime Gil de Biedma

lunes, 3 de enero de 2011

El tímido (des)compensado


Berlanga decía que cuando había un silencio pensaba que él tenía la culpa. Resume a la perfección la naturaleza del tímido que expresaba otro autor como la querencia de agradar y el temor a no conseguirlo. El tímido se pasa la vida (o la vida donde sea tímido) haciendo más apacible la existencia a los demás, con el propósito, no siempre asumido, de ser aceptado, de ser valorado. Y es en este acto de buena fe donde encuentra a su vez la penitencia de desdibujar su personalidad más auténtica, aquella que quizás un día mostró al exterior de manera franca, con la esperanza ufana de ser una pieza más del engranaje social que le rodeaba, y de la que sólo recibió de vuelta la risa condescendiente, la burla taimada, la indiferencia.

Éstos son los rasgos generales que caracterizan al tímido de manual. Pero existen más subespecies. Si no conocemos al tímido en plenitud, solemos creer que mantiene su manera de ser apocada en todos los ámbitos de su vida, algo que no siempre es así. Es cierto que existe el tímido “perfecto” que ha creado un mundo interior en el que vive recluido aunque su cuerpo no siempre pueda estarlo de los demás; pero existe, al menos, otra categoría con más matices. El tímido (des)compensado es la persona que muestra rasgos de timidez en ciertos contextos, únicamente con ciertas personas, pero que es capaz de relacionarse abiertamente con un aceptable manejo de las habilidades sociales con individuos o en situaciones diferentes a las que le atenazan. La compensación social trata de efectuarla en aquellos momentos en los que se encuentra cómodo, mostrándose efusivo, pasional, incluso parlanchín. Lo cual puede llevarle a caer en el extremo contrario por la necesidad de exorcizar los espíritus que le lastraron en algún momento en el que se vio prisionero de sus propios silencios, de su propia compostura rígida y artificial, de la mueca petrificada que tenía pretensión de sonrisa acogedora. Así, el tímido compensado, el que alterna en su vida momentos de recogimiento y automutilación con explosiones de emociones descontroladas pueda terminar siendo el tímido descompensado.

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿no somos todos así de alguna manera? ¿No nos mostramos de modo diferente en función de la situación y de las personas que nos rodean? A menudo nos gusta presumir de nuestra autenticidad a pesar de los condicionantes externos. Pero creo que si lo pensamos bien, seremos conscientes de la variedad de registros que experimentamos en función del ambiente. No creo que haya nada malo en ello mientras uno sea capaz de reconocerse en todos sus roles, de identificar la esencia que le hace único. El verdadero problema viene cuando no es una simple adaptación social lo que se nos plantea, si no un cambio de personalidad ni siquiera soñado por Stevenson, en el que actuamos con escorzos imposibles de forma tan pronto desquiciada como reprimida, borrando la marca única que nos identifica para pasar a formar parte de una categoría cuasizoológica: el tímido.