"Hay panolis que se piensan que esto de escribir para uno es como el hablar a solas, cosa de chalados. Eso son ganas de enredar las cosas, porque uno no siempre dice lo que quiere y hay pensamientos que andan por dentro de uno y uno, por vueltas que le dé, no acierta a expresarlos, o a lo mejor, no le da la real gana de hacerlo. Uno es de una manera y como uno es, no lo sabe ni su madre y, sin necesidad de ir a lo zorro, uno nunca se confía del todo a los demás y si quiere recordarse de algo, no hay como comerlo a palo seco, sin el recelo de que otro venga a cachondearse de lo que dice. Ésta es la fetén y el que diga lo contrario miente".
Miguel Delibes: Diario de un emigrante

lunes, 27 de diciembre de 2010

Aviso para navegantes

Acaba de nacer este “blog” y aún tengo serias dudas de su propósito. Evidentemente como todo lo expuesto de manera pública tiene el afán de compartir con los demás inquietudes, pensamientos, emociones… con el condicionante, eso sí, de que aún desconozco la fórmula con la que puedo sentirme más cómodo.  Como casi todo en mi cabeza surgió de un modo abrupto, visceral, fruto de un domingo lacerante que concluyó en una reacción con tintes enfermizos. La murria que trajo estos lodos creo que se comprueba fácilmente en el mismo título del “blog” y en el primer escrito del mismo que era de obligado “posteo”. “Es la felicidad lo que hoy lamento” es un poema de Ángel González que tuvo un significado pleno en un domingo de finales del otoño en el que era mejor no leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, pero que convulsionó de manera inesperada para traer este rincón.

Como digo, la manera en que tomó forma el “blog” fue improvisada, y es por ello que ahora me siento en la obligación de aclarar el esbozo que tengo en la cabeza del previsible funcionamiento del lugar. En el momento de empezar la andadura sólo había un par de cosas que se dejaban intuir. La primera es que había textos que expresaban mejor que yo aquello que rondaba por mi cabeza y que quería compartir; y la segunda es que no tenía ninguna gana de escribir. Es por ello que los primeros escritos “colgados” en el “blog” son algunos de los fragmentos que más me gustan de las lecturas que han pasado por mi vida. No están todos lo que son, obviamente, pero sí los que han tenido un significado especial en estos últimos tiempos. Y como mi cabeza sigue funcionando de manera impredecible y caprichosa, desde hace unos días he empezado a considerar que, además de regalar fragmentos de otros autores, puede apetecerme de vez en cuando vomitar algún despropósito de factura propia. Tan sólo, en definitiva,  pretendo compartir lo que tiende a brotar espontáneamente de mí. Espero que no me sea difícil. 



sábado, 25 de diciembre de 2010

El abismo

Hay en este ir dejando que transcurra
la vida sin dar fruto, en esta voluntaria
renuncia a hacer en la que tantas veces
me mantengo y que no tiene, en mi caso,
ninguna relación con la pereza,
ni con el yermo escepticismo, ni
con esa sequedad del corazón que a muchos,
a mi edad, para siempre les niega la palabra,
hay, en este abstenerse deliberado, acaso,
no sé, como un extraño amor por el peligro,
como un oscuro afán irreprimible
de tentar a la suerte andando por el borde
de un abismo espantoso.

Eloy Sánchez Rosillo

martes, 21 de diciembre de 2010

El túnel

Volví a casa con la sensación de una absoluta soledad. 
Generalmente, esa sensación de estar solo en el mundo aparece mezclada a un orgulloso sentimiento de superioridad: desprecio a los hombres, los veo sucios, feos, incapaces, ávidos, groseros, mezquinos; mi soledad no me asusta, es casi olímpica.
Pero en aquel momento, como en otros semejantes, me encontraba solo como consecuencia de mis peores atributos, de mis bajas acciones. En estos casos siento que el mundo es despreciable, pero comprendo que yo también formo parte de él; en esos instantes me invade una furia de aniquilación, me dejo acariciar por la tentación del suicidio, me emborracho, busco a las prostitutas. Y siento cierta satisfacción en probar mi propia bajeza y en verificar que no soy mejor que los sucios monstruos que me rodean. 

Ernesto Sábato

domingo, 19 de diciembre de 2010

El laberinto sentimental

La impaciencia al no respetar el tiempo de las cosas (…) introduce un cambio en los ritmos comunicativos que altera, sin duda, la vida emocional. El deseo impaciente se llama en castellano ansia, y la ansiedad parece ser también una característica de nuestra cultura. Además, la prisa se opone a la ternura. No hay ternura apresurada. La ternura entrega el control del tiempo a la propia manifestación del sentimiento. Ya ve el lector que cuando digo que los sentimientos forman sistema no lo hago a humo de pajas. Aún hay más. Sartre describió la relación de la prisa con la violencia. El apresurado lo quiere todo ahora, y la efracción, la violencia, es el camino más corto. ¿Para qué guardar las formas que siempre son lentas?

El progreso, que nos obligó a fomentar el deseo, va a servir de coartada para la agresividad. Al parecer, la lucha, la competencia, es el único motor para el avance de la humanidad.

José Antonio Marina

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Demian

-Muchacho -dijo con vehemencia-, también usted celebra misterios. Sé que tiene usted sueños de los que nada me dice. No los quiero conocer. Pero le digo una cosa: ¡vívalos todos, viva esos sueños, eríjales altares! No es lo perfecto, pero es un camino. Ya se verá si nosotros, usted y yo y algunos más, somos capaces de renovar el mundo. Pero debemos renovarlo en nosotros mismos, día a día; si no, nada valemos. ¡ Piense en ello! Usted tiene dieciocho años, Sinclair, y no corre detrás de las prostitutas; usted debe tener sueños de amor, deseos de amor. Quizá son de tal especie que le asustan. ¡No los tema! ¡Son lo mejor que posee! Créame. Yo he perdido mucho por haber amordazado mis sueños cuando tenía su edad. Eso no debe hacerse. Cuando se conoce a Abraxas, ya no se debe hacer. No hay que temer nada ni creer ilícito nada de lo que nos pide el alma.


Herman Hesse

martes, 14 de diciembre de 2010

El pesimista icárico

Es cierto que la fuerza mayor del sentir intelectual va al pesimismo. Quizá de ello tenga alguna culpa el famoso Problema IX de Aristóteles donde se dice que el hombre de genio es por naturaleza melancólico, o sea, domina en él la bilis negra, a la que por otra parte debe su genio… Es fácil suponer que el intelectual tiene tendencia a genio (aunque no todos lo consigan) y que la melancolía propicia más el pesimismo que el optimismo.
Pero ha habido grandes intelectuales pesimistas, que vivieron sin embargo de un modo icárico, es decir con ansias de alcanzar el sol, de vitalismo y afán de luchar para modificar lo que consideraban injusto. «La felicidad del hombre reside en la acción», dijo el poeta Shelley. Y desde entonces (Byron, Espronceda) sabemos que el pesimista romántico se comporta a menudo como un exaltado optimista. Ernest Hemingway (que concluyó suicidándose y que era propenso a la melancolía, como se ve en sus cuentos primeros) vivió una vida de aventurero y agitador. Luchó en tres guerras (incluida la civil española) para salvaguardar la libertad, y además cazó, pescó y amó, con un indudable afán por el riesgo. ¿Cómo calificar su vida, sino dentro de un extremado vitalismo, que suele ser una señal -ya vemos que a veces engañosa- de optimismo?
Claro que acaso el tipo más brillante en la actitud que propongo se diera en Albert Camus, uno de los escritores y pensadores de la medianería del siglo XX más reclamado por nuestra actualidad. Camus propuso en su libro El mito de Sísifo el suicidio como uno de los temas capitales de la filosofía. Pero él murió (en pleno debate de la independencia de Argelia, que él, como francés nacido allí, no quería) en un accidente de automóvil, ya con el Nobel de Literatura en su vitrina. Y es que, después de El mito de Sísifo, Camus escribió el más brillante de sus ensayos, El hombre rebelde. En él no sólo nos propone la rebelión como una actitud más viva y libre que la revolución, sino que diseña la imagen de ese hombre icárico al que podríamos titular el pesimista optimista. Como pesimista no cree en grandes valores ni en posteridades absolutas, como ser vivo, como hombre comprometido con el mundo, apuesta por el cambio, por la acción, por la contínua y necesaria rebeldía… Se enamora, se desespera, trabaja, opina, acciona, pero en lo íntimo de su corazón hay siempre un velo morado de desesperanza.
He aquí una de las más sabias opciones para un hombre lúcido e inteligente: ver el mal pero obrar como si el mal pudiera ser vencido. ¿Y no podrá serlo, si proviene de nosotros mismos? El pesimismo optimista: Nada menos.

LUIS ANTONIO DE VILLENA
El Mundo 30/12/09

domingo, 12 de diciembre de 2010

Es la felicidad lo que hoy lamento

No el dolor verdadero,
que enmudece;


sino esa sutil forma de tristeza
que no es apenas nada
más que ausencia de dicha.


Ángel González